Dr. Roberto Gómez Navarrete.
Hermanos
todos:
Esta
Asociación Civil, Unión Cívica Jiquipilco, les agradece su asistencia que
consideramos memorable.
Nos
llena de satisfacción cumplir con nuestros objetivos, los que cada día los
rectificamos en las ideas armonizadas de la promoción de la cultura, así mismo
nuestra sana intención es rescatar los hechos históricos de nuestro municipio y
destacar a los seres pensantes cuyos valores humanos y singular talento ha dado
prestigio a nuestra Patria chica.
Hasta el día de hoy manifestamos
nuestra satisfacción porque nuestro mensaje va encaminado a los segmentos de la
Sociedad Civil y desde luego en forma especial a la juventud, a la que
consideramos como el baluarte del progreso futuro que está en sus manos, y
precisamente esas manos serán las que modelen los eventos intelectuales en bien
y provecho de la comunidad.
En este día y en este regazo natural
y ecológico se conjugan el sentimiento y razón de la ciudadanía para honrar y
exaltar la figura y perfil de un ser humano de excepción. Un hombre que nació
siendo artista
y que en el curso de su vida obedeciendo a su vocación divina ha demostrado que
el arte de la música, no sólo es el placebo del alma; sino también es el motor
del entusiasmo, la alegría, el optimismo de los hombres y mujeres al vivir, que
la adoptan y la regalan para bien exclusivo de la espiritualidad.
Hoy lejos de atavismos y de
intereses malsanos expresamos nuestro más sentido reconocimiento al artista y
humanista de Tultepec, Víctor Urbán.
En el contexto de los inspirados en
la música, las artes, la ciencia y la cultura recurrimos al pasado, a la
antigua Grecia esencial, con los seres emblemáticos cuya inspiración regalaron
al mundo su pensamiento fructífero e ideación prendida al pensamiento, y que con
el mismo pensamiento dieron significado pleno y amplio del concepto anímico del
universo.
En los aires de la historia, la
evocación de Apolo el hijo de Zeus –dios supremo de los griegos- calificado
como el verbo solar, fiel manifestador del esplendor del mundo terrestre donde
se incuba la belleza, la justicia y la adivinación. De la sublime unión ancestral de
Apolo y una sacerdotisa hija de los dioses, nace Orfeo para ser padre de los
mitos, y con su música, salvador melodioso de los hombres.
Orfeo nace para ser el genio
animador de la Grecia sagrada, el despertador de su alma divina encerrada en su
lira de siete cuerdas. Una lira capaz de marcar al universo entero, ya que cada
cuerda de esa lira respondía a las modalidades del alma humana, además de ser
portadora de la ciencia y la belleza. Orfeo resulta ser por su inspiración el
gran iniciado de aquella Grecia legendaria, calificado en su tiempo como el
patriarca de la poesía y la música, ambas virtudes concebidas como una
revelación eterna.
Orfeo considerado como soberano
inmortal, tres veces coronado: en los infiernos, en la tierra, en el cielo.
Aquel ser que marcha con una estrella en la frente en medio de los astros y los
dioses.
En este verdor regalado por la gran
diosa naturaleza evocamos a Orfeo, situándolo en el monte Parnaso y en el
templo de Delfos, sitio, lugar y entorno de los santuarios divinos de la
antigua Grecia, donde
habitaban los dioses y las musas; también donde se cantaba el amor y la
festividad emblemática de Dionisio o Baco. Ahí donde se guardaban los números
sagrados por las sacerdotisas de Apolo. En Delfos se situaban también los
oráculos con sus adivinadoras, aquellas Pitonisas, mujeres jóvenes y ancianas
consideradas sonámbulas, clarividentes, las mismas que habían recibido la
frescura de la sabiduría de Pitágoras, la virtud de adivinar la muerte, el
destino no sólo de lo lejano, también asado y el porvenir.
Todo se conjuntaba en aquella
Grecia, la antigua Tracia, la patria de las musas. En aquellos lugares, espectáculos como el teatro, la música y la poesía se unían en un complejo
fonético en la atmósfera del “nunca jamás”; ahí la incursión de la música
estaba en todos lados de la actividad humana: tanto en los equinoccios, como en
los días de culto, en los banquetes, en el trabajo cotidiano, en los torneos
olímpicos, en el aparcear caballos, en el trabajo cotidiano, hasta en el
hornear el pan. Toda una complejidad donde afloraban sus propias melodías y
cánticos bajo el son de las flautas. En todas las mentalidades se injertaba el
ancestro divino “mous ikos”;
la música selecta de las musas. Sin duda un placebo para la tranquilidad del
alma, una forma de regocijo espiritual a la vez una forma de dominarse a sí
mismo.
En aquella Grecia milenaria se
habría de considerar a la música como a la poesía, como originadas por la
inspiración divina, ambas como efluvios de a naturaleza, ésta hecha virtud,
reflexión, verdad cautiva en la sabiduría. Es así que la música que cultivaban
los Orfeos como lo hace Víctor Urbán hace que la vida renazca en cada instante
sintiendo a ese arte como el fiel reflejo, horizonte y luz semejando luminarias
para siempre espirituales.
Hemos de festejar en este lugar al
mérito como la virtud, engendradas ambas en las almas y los corazones de los
seres humanos que conducen a la inmensa felicidad, así lo diría Sócrates: Que la virtud reposa en el saber y que la
maldad se estanca en la ignorancia, oscureciéndose la verdad moral.
Las virtudes son aquellas que como
condición suprema se adueñan de la libertad y la capacidad del intelecto, es
así que los virtuosos son paradigmas del ejemplo, de la inspiración y el
talento para
así mover los sentimientos escondidos y así lanzarlos como saetas a los
confines de la luz, la verdadera luz hecha verdad y conciencia, todo ello para
fecundar el optimismo, la alegría, los deseos de vivir en las magnitudes del
pensamiento.
Nuestro deseo de alcanzar la virtud
se ubica en la divina brasa que nos debe guiar en la tierra donde estamos,
hacer de ella el templo espiritual de nuestra conciencia, convertirla en la
estrella de nuestro cielo espiritual y así poder difundir la luz de nuestra
propia verdad. De esta forma poder escuchar y sentir el vibrar de nuestra lira
sentimental de las siete cuerdas. Ya que cada ser humano quiérase o no
experimenta en cada fracción de segundo la armónica marcha de su propia lira
que no es otra cosa que los parámetros del vibrar de nuestros propios
corazones. Y así poder repetir la alegoría de los músicos de todo el mundo:
¡Escuchad como vibra la Lira de las siete cuerdas, la Lira de Dios!
Por último expreso el sentir de los
seres que habitan en nuestro Jiquipilco vinculados con la trascendencia muy
propia de los artificios del arte como resulta ser Víctor Urbán quien nos
privilegia con
su presencia, un hombre que ha luchado con tesón y voluntad y vocación suprema
para ser ciudadano del mundo, poniendo en alto el pueblo y el país que lo vio
nacer.
Aquel entre nosotros, el artista
dueño de la sencillez y humildad que cobija a los grandes hombres, quien trae
sentimentalmente escondía su Lira de siete cuerdas, el Orfeo de nuestra patria chica,
quien no está solo y está acompañado por alguien que flota en las alas del
recuerdo y es la presencia de Víctor Manuel Urbán, el hombre romántico de
Tultepec, padre y guía de nuestro festejado. No me queda más que repetir las
frases de Orfeo, pensando en su destino como mortal: “Me gusta vivir y cantar
y, cuando muera poned mi lira a mis pies, y mis flautas sobre mi cabeza. Y que
suenen para siempre las flautas!”
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