Presidente de Unión Cívica Jiquipilco A.C.
Julio 18 de 2017.
El recuerdo de los hechos pasados es el alimento de la historia, los pueblos cuando olvidan su pasado cavan el silencio de los recuerdos, terminando por obscurecer los acontecimientos trascendentes, donde los hombres con talento dieron ejemplo, ideas transformadoras, que serían el incentivo para el proceso de acción y dictaron las formas esenciales del vivir en paz y en armonía.
En el revivir de la historia de un pueblo como Santa Cruz Tepexpan destaca un sacerdote de cualidades particulares, llamado Víctor Sánchez Sánchez, una rareza eclesial cuya imaginación y creatividad se volcarían en el progreso de aquel pueblo.
Víctor Sánchez llegaría un buen día a recibir la parroquia de Santa Cruz Tepexpan, así mismo la misión de oficiar misa en aquella atalaya que se llamaría por siglos el Calvario del señor del Cerrito. Sitio, lugar y centro de los mazahuas desde siempre; donde el evangelizador, el franciscano Francisco Aguilar y Martell fincaría la primera cruz de la cristiandad, dando muerte a la idolatría que imperaba desde la época prehispánica.
Víctor Sánchez encontraría en ese pueblo un campo fértil al encontrarse con gente de nuevos pensamientos, los que lo seguirían en los proyectos no sólo religiosos e ideales sino también en el trabajo comunitario necesario para la transformación de un pueblo. Un pueblo que según sus sueños y esperanzas alcanzaría pronto su desarrollo.
Todo era utópico, al principio sus retenes y sus particulares detractores eran nada menos que los que ejercían el poder, los mismos que no resistían las críticas de aquel cura. Claro estaba, Víctor era un moralista que fustigaba las conductas indeseables ejercidas por los caciques, como eran las injusticias, las corrupciones e impunidad solapadas por las autoridades.
Aquel cura era creyente de la utopía como así lo pensaría Santo Tomás Moro en el siglo XVI, aquel santo cuya imaginación había construido un mundo irrealizable, el cual hasta nuestros días permanece como inexistente.
Tomás Moro con fervor ideológico construiría un Nuevo Mundo donde todo sería perfecto y donde destacarían: la honradez pública dando paso a la justicia, con leyes rectamente dictadas, el gobierno en manos de sabios; nunca en esa ciudad utópica habría abusos ni esclavitud ni gobiernos mendaces y corruptos. Se trabajaría aspirando a la paz y la verdad. El trabajo sería comunitario por voluntad y sin exigencias.
Víctor Sánchez impregnado de su propia utopía la implementó en aquel pueblo dormido, donde destacaba la conformidad, la sumisión y la complacencia de todas sus gentes. En suma, aceptando los abusos sin protesta alguna, y así aquel cura de aldea, un liberal e ideólogo, en menos de tres años de ejercicio vería coronados sus esfuerzos con la participación de jóvenes que deseaban un verdadero cambio. Santa Cruz tendría un Centro de Salud, dos auditorios para la expresión social, abrirían caminos, sembrarían árboles, pensando que en ello estaba el Dios mismo.
Con todos estos atributos a pesar de particulares resistencias, Víctor el cura constructor tendría un día que abandonar la parroquia cayendo en un torbellino de contradicciones, y Santa Cruz perdería al promotor de obras sociales, y no sólo eso también al maestro de inquietudes inéditas y fiel ferviente de la verdad, esta virtud hecha mística en él, con luces propias que serían transmitidas en las generaciones futuras como verdaderos ejemplos, cuya doctrina habían sido sus deseos.
El 7 de julio de 2017 tanto la Unión Cívica Jiquipilco A.C. como sus múltiples alumnos rindieron el homenaje merecido al padre Víctor Sánchez, ausente y al mismo tiempo presente, ya que donde se encuentre estará firme catequizando en la utopía, idealizando, soñando en un mundo con más igualdad, más justo, aspirando a la misericordia para que ella inspire a la perfección de todos los seres humanos, libres y de buena voluntad.
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