miércoles, 15 de junio de 2016

El mérito como virtud.

Roberto Gómez Navarrete.

En el ámbito social el mérito como valor fundamentalmente humano se convierte regularmente en una paradoja, debido a que el halago, la lisonja y las carantoñas ofrecidas se hunden en el mar de las simulaciones. Ya que los méritos otorgados a cualquier personaje por muy poderoso que sea, deben tener la coincidencia tanto de los valores humanos como de su labor incansable, amalgamada en tenacidad, esfuerzos, entrega y nobleza creativa ofertada a la sociedad.

Nunca más se debería premiar al mérito de quienes han navegado en la mediocridad, los cuales han sido nutridos por el ocio, la casualidad y cuyas acciones irrelevantes no son dignas de ningún ejemplo, tampoco de alabanzas y justificaciones.

Sin embargo, en nuestro medio priva aún la audacia, el oportunismo así como el vil servilismo que gratifica las virtudes inexistentes, principalmente a los actores del poder; y aún más, cuando el poder -político o económico- se trastoca en una aberración social que indigna y debe reprobarse como un desfase de la conducta humana.

Es así, que al vincular méritos, al otorgarlos a los poderosos, priva en esencia tanto la adulación como la razón misma de los intereses para obtener canonjías y beneficios. Ya lo decía el filósofo Cicerón. “Que donde entraba el interés se terminaba la honradez y la calidez humanitaria, y que la lisonja pervertía a la moral pública muy frecuentemente entre los políticos.” A los mismos que cínicamente les ofrecen muestras de afecto y calor amistoso; una prebenda de “simpatía simulada”, la misma que desaparecerá cunado el poder no exista.

En el mismo caso, tanto la figurada amistad o bien la empatía exaltada se volcaran en el olvido o tal vez en el repudio. El filósofo José Ingenieros afirmaría al respecto al valor negativo de la adulación: “La adulación se convierte en injusticia, en engaño, es despreciable aun cuando el Adulón lo hace por benevolencia o bien por el deseo de agradar a cualquier precio al poderoso”.

Es por ello que halagar a los ignorantes, acomodaticios y serviles es tanto como desconocer el esfuerzo de aquellos que se han entregado a la sabiduría implementada en el tiempo, de los largos tiempos, y no de un día para otro, como así sucede en nuestro medio.

De acuerdo a las expresiones de José Ingenieros podemos afirmar que en el mundo existen seres humanos que a pesar de vivir en el anonimato en los tiempos, y en el silencio mismo, son dueños de méritos donde brilla la dignidad histórica; ahí es donde existen valores lejos de la medianía, apartados de la domesticidad y cercanos a la virtud y el mérito singular.

De tal forma que los méritos verdaderos existen en el seno fraterno donde privan las luces inmarcesibles de la verdad. Ya que el mérito absoluto y de carácter humanitario posee su orgullo y su pudor, así como la castidad. Tal calidad moral está ausente y minimiza a los “grandes hombres” aquellos que gozan escuchando las alabanzas que bien saben no merecer... Concluimos con Marco Tulio Cicerón: “El hombre debe de acreditar todos sus actos y sus méritos como la fuente, la expresión de la juventud eterna”. 

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