(fragmento del libro
“Santa María el pueblo del abandono”)
Roberto Gómez Navarrete.
Habíamos llegado a Santa María Nativitas, veníamos a vivir a este pueblo. Éramos unos niños, nunca habíamos leído cuentos, revistas o simplemente historietas infantiles. El joven Isidoro llegaba de la ciudad donde había crecido al lado de sus familiares. Nunca supimos nada de su padre, sólo de su madre doña Francisca Ángeles, que había nacido en la hacienda de Boximó.
La imagen de Isidoro, aún la recuerdo, aparentaba ser de buena familia, aficionado a la ropa de ciudad, amante de la música, de la lectura, de las buenas costumbres, sobre todo de su extrema bondad para todos.
A pesar de ser dueño de valores humanos, en el pueblo donde había nacido, la correspondencia fue al contrario. Creciendo en su derredor la antipatía, el desprecio, un total encono que tarde o temprano lo hundieron en la rebeldía, ante acosos persistentes, donde las agresiones le negaban la tranquilidad.
Isidoro era un extraterrestre en Santa María.
Sin embargo el tal Isidoro continuaba viajando a la ciudad de México, era ayudante de su cuñado, vendían cabritos en los restaurantes finos. Su trato social dependía del ambiente donde se movía.
La imagen de este hombre se reproduce en los recuerdos añejos: cuando llegaba con nosotros con su cargamento de historietas de la época. Por él conocimos a Popeye el marino, aquel cuya fortaleza la debía a tragar espinacas. También a los Super sabios, con Pepe, Paco y el inteligente Panza, a la mamá Cachimba, a Rolando el furioso, y muchos más que hacían nuestro maravilloso entretenimiento. Isidoro también pulsaba la guitarra y cantaba tangos de Gardel y las melodías de aquel tiempo.