Por: Roberto Gómez Navarrete
Nuevamente en el tapete de las promesas y compromisos, el presidente Peña Nieto declaró ante el Consejo Nacional Agropecuario celebrado en la ciudad de México el 20 de diciembre pasado, su preocupación por los rezagos que sufre el campo mexicano, vinculados éstos a la pobreza y a la insuficiencia alimentaria.
Con inusual euforia manifestó: “vamos a cambiar el paradigma del sector rural mexicano, no debe estar condenado a la pobreza y menos ser el rostro de la pobreza del país”. Así mismo mostró su inconformidad por la precariez en que viven más de 25 millones de mexicanos que habitan en el medio rural, a los que habría de ofrecerles innovación tecnológica para incrementar la producción alimentaria y así abastecer el mercado interno: “diversificando mercados e incrementar las exportaciones, buscando la competencia de los productos mexicanos en los mercados internacionales”.
México nuestro país, agregó: “debe ser una potencia económica emergente ya que el campo mexicano va en camino a ser justo, productivo, sustentable y competitivo, además rentable”. Por último Peña Nieto se comprometió a ir de la mano con los productores agropecuarios, aunque él mismo aceptó “ser inexperto en el tema”.
En Boca del Río Veracruz, antes cientos de cenecistas (CNC) al asistir a la ceremonia anual por la promulgación de la Ley agraria de 1915, sostuvo la necesidad de reestablecer la fuerza y la rectoría del Estado en materia agraria con el fin de propiciar un campo con mayores oportunidades, por lo que convoco a alimentar “una gran sinergia transformadora”.
En ese mismo lugar, anunció la promoción del desarrollo habitacional y urbano del país, destinado a ordenar el crecimiento de los asentamientos urbanos y centros de población, destacando que las necesidades del desarrollo urbano deberán estar acordes con las vocaciones económicas del campo.
En síntesis, el presidente Peña Nieto expone sus propuestas, ratificadas en esperanzas o sueños que pueden transformarse en realidades; realidades que tendrán que reflejarse en el desarrollo del campo hasta el día de hoy, totalmente improductivo. Un campo que a pesar de estar en el futuro amparado por la rectoría del Estado sigue descapitalizado y abandonado por regímenes federales y estatales, los mismos, que han dado únicamente limosnas a ejidatarios y comuneros, bajo un Procampo inefectivo con apoyos selectivos a los líderes agrarios y a los más “pudientes” cercanos al poder; los cuales, cooptan los recursos a los verdaderos productores, no estando ausentes el soborno como la corrupción. De ahí una causal del estado de marginación, hambre y pobreza en el campo mexicano.
El panorama de la producción alimentaria en nuestro país se diluye en y por las inconsistencias e ineficacias ofertadas por el Estado. ¿Qué exportamos? ¿Cuál la competitividad internacional cuando nos agobian los acuerdos del Tratado de Libre Comercio (TLC)? aceptados por el salinismo y cuyo principio es un sueño a realizar: un destino conjunto con los demás países latinoamericanos, a la vieja y entrañable idea de la grandeza mexicana.
Es así que nuestra economía en materia alimentaria en conjunto de la producción tiene estos parámetros indignantes: Estados Unidos contribuye a la producción alimentaria con 88.1%, Canadá con 8.5%. Y México con apenas ¡el 3.1%! Por todo esto ¿De qué podemos ufanarnos en nuestra producción agropecuaria? Ya que según los economistas tan sólo en 1980-1990 las exportaciones de México se magnificaron con un 18% ¡Gracias a la cerveza!
De tal forma que lo único que exportamos al exterior se sustenta en hambre y pobreza, debido a la intensa marginalidad social. La dependencia alimentaria del exterior continua sin remedio: Tan sólo entre 2004 y 2008 la importación en granos y oleaginosas pasó de 35.3% a 42.7%, esto según la información de la Auditoria Superior de la Federación y de Comercio Exterior. Lo cual demuestra que las necesidades del país en materia de granos básicos ha tenido y tiene que ser cubierta por importaciones.
La realidad es que no somos aún autosuficientes en materia alimentaria, estando sujetos a las importaciones de granos básicos como: maíz, trigo, frijol y arroz que representan el 30.9% del consumo nacional aparente durante el trienio 2005-2007; las oleaginosas como la soya, cártamo, ajonjolí y semilla de algodón: 93.2%; las de carne de cerdo y res: 26.6%. Así las importaciones agroalimentaria globales ascendieron a 19 mil 325 millones de dólares tan sólo en 2007.
Por otro lado, ante la nula rentabilidad de los cultivos en el campo existen agricultores en el país que han preferido la siembra de enervantes, incluso subsidiadas por Procampo.
No cabe duda que la seguridad alimentaria del país y del mundo se encuentra en una reciente incertidumbre y, que de no haber soluciones precisas la crisis será irreversible, detonando conflictos sociales. La lucha desatada por el hambre, la alimentación como necesidad eminentemente prioritaria para la sobrevivencia humana.
Según el discurso político de la actualidad y más aún sobre el problema alimentario, esperemos que el país convertido en una “potencia económica emergente” aterrice en los hechos. O bien, como lo dijera Miguel Ángel Granados Chapa: “Cuidar que la serpiente ante su incredulidad, engaño y falsedad no se coma al águila”.
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