Por: Flor de María Gómez Ordoñez.
Buenas tardes,
Comentaristas, editora, amigos, familiares y público en general.
Agradezco la deferencia para participar en la presentación del libro que hoy nos reúne: “El espejo roto: historias de un médico rural”, de la autoría del Doctor Hugo Gómez Navarrete.
Habitualmente para la presentación de una obra sea académica o literaria, es necesario con antelación leer la publicación para identificar los elementos que en un momento dado pueden invitar a los asistentes a la lectura, en este caso del libro “El espejo roto: historias de un médico rural”, Confieso ante ustedes que no he leído el libro y no creo hacerlo, al menos no por ahora, prefiero mantener en mi mente como en una gran pantalla el génesis que dio origen a esta obra.
Cada una de las historias que se relatan en “El espejo roto” guardan anécdotas que viví varias tardes soleadas, en donde la plática y el aroma del café de la sobremesa se mezclaban para imaginar los escenarios y protagonistas de una historia que me era familiar, pues algunas me recordaban las historias que relataba mi abuelo, el profesor Alfredo Gómez León o las que relata mi papá el Dr. Roberto Gómez Navarrete; desde siempre, esas pláticas se iniciaban después de una suculenta comida y siendo niña me arrullaban y se confundían con las imágenes del entresueño que provoca la llamada somnolencia post prandial…. O mal del puerco en lenguaje coloquial.
Creo que la sobremesa, ha marcado la historia de la familia y es una herencia de valor. Y sin quererlo esos trozos de vida representan lo que llamo el historiador Luis González y González: la microhistoria, en donde, “la historia de una partícula social puede ilustrar la historia de toda una nación”, otorgando importancia a las experiencias humanas cotidianas y comunes.
Y es en esas pláticas que se alargaban entrada la noche, en donde se hablaba de una vida y sus personajes, de vivencias, de alegrías, encuentros y desencuentros, triunfos y fracasos, las que motivaron la invitación a escribirlas, para que a partir del registro textual, esas historias quedaran como legado o tal vez, como testigos de lo vivido. Es ahí en donde inician las primeras narraciones, no sin antes experimentar el miedo a la hoja en blanco, miedo a errar, tanto en la redacción, como en la verdad de los hechos.
Así, recordando al escritor Enrique Jardiel Poncela, que mencionó que “El mejor camino para concluir un libro es empezarlo”, se teclearon las primeras líneas que se iban engarzando y aumentando, de una obra que se llamaría en un inicio, “El rosario de Santiago”; cada día, los caracteres y las líneas aumentaban de manera exponencial, los recuerdos se agolpaban en su deseo de verse registrados, primero como una autobiografía con nombres y lugares reales; utilizando el recurso de la introspección. El título “El rosario de Santiago” se pensó como un tributo a la tía benefactora, que realmente se llamaba Amparo Bermúdez, más tarde cambió a “Hiposcliné” como un juego de palabras que refería a la clínica médica a caballo. Finalmente, “El espejo roto” resume la vida, creo yo, no sólo de un médico rural, sino la vida de un ser humano de nombre Santiago y sus múltiples personajes en los que se ve reflejado.
“El espejo roto” no es sólo un libro, son varios libros condensados en una publicación impresa, que se puede catalogar dentro del llamado realismo mágico, que no es otra cosa más que la realidad en su máxima expresión, con sus excentricidades y casualidades. El personaje principal, Santiago, el niño que todos creyeron era producto de una “hongada”, se desdobla para recrear la crónica de un lugar y una época; Santiago, no es un personaje individual, es la voz de un pasado compuesta por muchas voces, que de no contarse, no tendrían futuro. Santiago expresa el imaginario colectivo de un pueblo sumido en la miseria, de un desarrollo que no acaba, tal vez porque nunca empieza, de un bienestar que se anhela pero no llega, del triunfo de vivir y del miedo a dejar de existir, de la frustración de no ser escuchado, aún cuando se tiene voz, del miedo de amar y no ser amado.
Santiago da vida a la narración y se diría que refiere a una sola persona, pero termina siendo un personaje universal, pues varios personajes se atreven a tomar el cuerpo de Santiago para contar lo que se ha vivido; así, citando a García Márquez, se puede decir que la vida no es como se vivió, sino como se recuerda, por lo que “El espejo roto” rebasó los límites de la autobiografía convirtiéndose en una obra universal que relata la vida de hombres y mujeres que formaron parte, antes de este libro, de la historia oral de un pueblo, Jiquipilco y de todos aquellos lugares en donde Santiago transcurre su vida.
“El espejo roto”, aparte de ser un registro histórico, es una invitación y un reto para sus lectores para realizar un ejercicio como el que muestra esta publicación, con el afán de hacer una revisión de los aprendizajes que ha dado la vida hasta este momento. Colocarse en solitario en ese espejo roto y descubrir que en cada una de las imágenes de ese espejo nos podemos encontrar, reinventar y reconsiderar para vivir una vida plena.
El miedo por escribir la primera línea quedó atrás, hoy el miedo por no ser leído se ha diluido. Santiago ya no se encuentra en la soledad frente a ese espejo roto. Hoy el espejo nos captura a todos los presentes con las cerca de 700 páginas de esta publicación que no intenta enseñar nada, porque como dijo Jardiel Poncela "La experiencia es una enfermedad que no se contagia", simplemente se vive y se vive para contarla.
Gracias a todos.
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