miércoles, 16 de abril de 2014
Bartolomé Ballesteros Navarrete… un testigo de la historia. (1828-1878)
Ilustre personaje, quien vio la primera luz en Jiquipilco, Estado de México; en el paraje de la “Pera”, en el barrio de Pante el primero de abril de 1828, educado en la religión cristiana. Alumno del sacerdote de Jiquipilco Don Pedro Magos con quien funda la primera escuela de Jiquipilco en 1845. Hombre autodidacta de gran interés por la cultura, la cual activa en Toluca con ayuda de sus patrones en la negociación “La aduana vieja”.
Se reencuentra con Pedro Magos, su maestro ejemplar, y en 1847 ambos son testigos de la invasión yanqui, asistiendo a los heridos de las batallas de Churubusco y Chapultepec. Posteriormente se asientan en el mineral del Doctor, municipio de Cadereyta, Querétaro. En ese lugar estudia la técnica de la minería, siendo propietario de la mina llamada la Luz.
Ocupa el cargo de síndico de ese municipio, destacando su lucha en favor de los indígenas de la Sierra Gorda de Querétaro.
Defensor de la justicia, en contra de los abusos de los poderosos, por ello es reconvenido por los liberales acusándolo de instigador en contra del gobierno. Se le encuentra después en San Juan del Río, aprendiendo los secretos de la telegrafía, a través de este medio tiene conocimiento de personajes liberales y conservadores de la Reforma, como Ignacio Comonfort, Juan Álvarez, Benito Juárez, Melchor Ocampo, Leandro Valle, Santos Degollado, y Tomás Mejía, Leonardo Márquez, Miguel Miramón, entre otros. Vive la Guerra de Tres años y la consecuente invasión de los franceses a México, lo cual lo hace testigo de la historia en el siglo XIX, desde sus convicciones e ideales singulares participa en la lucha armada de ese tiempo.
Sus conocimientos físicos y matemáticos lo llevan a ser miembro de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística a nivel nacional. Técnico en la minería la cual la ejerce en Zacatecas. En ese lugar se descubre como inventor de pararrayos, escritor y poeta relevante siendo festejados sus méritos principalmente por la sociedad eclesiástica de Zacatecas.
Hombre de singular religiosidad y humanismo, así como por su interés por la cultura es reconocido en el siglo XIX, dueño también de sentimientos morales y valores humanos que lo distinguen como un personaje dueño del saber de su tiempo. Este varón ilustre nacido en Jiquipilco muere a los cincuenta años de edad y sus restos reposan en la capilla de la Virgen de la Candelaria en Mexicapan de Zacatecas. Por estos méritos en favor del conocimiento y la cultura constituye un ejemplo a seguir por las generaciones del presente y el porvenir, orgullosamente jiquipilquense, al que hoy se le hace justicia.
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