miércoles, 16 de abril de 2014

Manuel García Pérez, un maestro rural.

Enaltecer la memoria de los hombres
que han dejado huellas
 por sus actos trascendentes,
no significa ser un mito ni una alegoría inútil;
debe ser una obligación de los seres pensantes
 que sin egoísmo rindan tributo a los méritos ajenos.


Las palabras unidas al sentimiento y la razón, suelen ser la dínamo que muevan a la comprensión humana y, también con ellas identificar las obras realizadas por hombres que han dado beneficios a sus semejantes.
Manuel García Pérez es nuestro personaje, el que merece ser exaltado por sus méritos particulares, un maestro rural nacido en el sur del Estado, convertido en paradigma del educador sensible y generoso, el mismo que dedico toda su vida a abrillantar conciencias en pueblos y rancherías del Estado de México.


El Profesor García Pérez hace presencia en Mañí, ranchería olvidada en la geografía del mundo donde sus sueños e ilusiones se plasman en una actividad febril, lugar, sitio y entorno donde despliega con sus alumnos no sólo la enseñanza de las letras, más bien todas las artes aprendidas en la escuela técnica de Tenería en Tenancingo México.
En aquel Mañí emblemático sus enseñanzas en la panadería, la hortifruticultura, el arte escénico, los bordados en tela; además de la estricta disciplina empujando la comprensión de la conducta fincada en la ética y la moral que sus alumnos entendieron a cabalidad.


                     
García Pérez bohemio de su época, amante del estudio, alejado de los vicios y de gran corazón para amar lo bueno. En esa bondad renacería la imagen de Natalia, una joven bella y de voz grave, la misma que lo cautivó, naciendo entre ellos el idilio romántico sin imposibles. Sin embargo, Natalia era hija de un padre tradicional que erróneamente buscaba para su hija un claustro donde nadie las tocara. Manuel se las ingenia mandando epístolas en los forros de los cuadernos de los hermanos de Natalia, los cuales eran sus alumnos. Esas misivas ocultas no lograban alejar las angustias ni la pasión de un García Pérez, quien seguía enseñando y amando a su Natalia.
Pasó el tiempo, Manuel estaba para irse a otro pueblo ¡Nunca dejaría a su bella amante! Natalia urdiría el plan para escapar de su hogar, temiendo la agresividad de su padre… Éste tenía dos pistolas. Natalia acomedida las ocultó detrás de los santos peregrinos. Todo preparado para el rapto, que se consumó en un noche colmada de infinidad de estrellas… ¡Manuel se llevaba a la estrella más refulgente de Mañí! El padre enfurecido notaría la escapatoria, rápido fue al sitio donde las pistolas ¡Nunca las halló para perseguirlos! Don Ángel quedo mascando celos, mientras que Manuel a caballo se llevaba al ser quien sería el amor de su vida.
Como las enfermedades que adquieren curación, así fueron los espacios del tiempo, en los cuales el suegro sublimando su coraje aceptó al pretendiente de su hija.
El profesor Manuel con el hálito de la felicidad, regresaría al Mañí de sus recuerdos, empujaría con fervor no sólo sus actividades educativas, también incidió en instructor de conscriptos con los cuales emprendería trabajos comunitarios, de este modo, sería reconocido en la zona militar como un teniente dada su obstinada participación como instructor acucioso. Fue por mucho tiempo el que activó la estación metrológica en Mañí y más actividades.
Es así como este profesor, desempeñaría acciones comunitarias en diversas poblaciones del Estado de México, beneficiando con su ejemplo, disciplina y anhelos por la superación a generaciones de alumnos que aun pasados los años lo reconocen como tal.              




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